hay noches todavía
en que acude a mí la pena
sin razones o motivos
que avalen la sorpresa
ella regresa de improviso
porque sí,
porque lo hace,
porque es mía
y yo estoy viva
así que vuelve
y no llama ni a la puerta
esa vieja conocida,
la maldita descarada,
pero mientras se acomoda
cuidadosa, en mi costado
con cariño la contemplo
y un susurro quedo
que cuelga de mis labios
confiesa dulcemente
que no voy a temerla
nunca más
sonríe, sé que me cree
tiembla, se acurruca,
se lo piensa un minuto
me tantea las costillas
y los huecos de mi cuello
y cuando se decide al fin
me vuelve ingrávida,
me aleja de mi piel
llenando todo de agua
de improviso ya no siento nada y
por un minuto, por mil
yo sé que nada cambia
pero si se agita de repente
y me sacude una descarga,
mis cejas se enfurruñan
pues el dolor viene a besarla
pero le sostengo ahora
por vez primera la mirada y
aun sufriendo,
aun muriendo,
aun temblando,
ya no hay miedo
pues le conozco
así que les siento
en mi abdomen acostados
haciéndose el amor a mi pesar
y asumo suspirando el yugo
de su agravio, así
sin más
sin menos
y cuando él por fin se marcha
acuno a esa niña que agotada
flota ahora un poco menos
así que pesa un poco más
pero siempre descansada
con la calma cenicienta
de saber que no es eterna
de saber que ahora y siempre
cuando llega el sol, se va
callada y a gatas
por la rendija de la puerta
saboreo pues cada punzada
exploro cada miseria
mastico cada matiz
de su presencia no invitada
pues la conozco
y así, efectivamente
y tal como había prometido
cuando se asoma el día
con el amanecer estridente
colándose por la ventana
la pena se va por donde vino
pisando al caminar su velo
de dulce niña mancillada
y el olor a lluvia y viento
y al salitre que en la noche
trajo a escondidas la marea
me acompañan a mi cama
para dormirme al fin
sabiendo como sé que
en lo profundo de mi alma
siempre existe
nunca muere
el porqué de mi paciencia
el motivo de mi calma
palpita sorda
no se apaga
la tempestad de llamas
que me salva
cada vez
pues hubo una madrugada
que manchada de saliva y
oliendo fuerte a tierra y carne
me encontré hurgando
en rincones ocultos
cajones secretos
que mi mente no había querido
no, no había podido
dejarme nunca investigar
pero que esa noche se abrían
con un click salado
y había ríos
y había fuego
y lo veía todo desde lejos
hasta que en uno me encontré
ahí dentro pero mirándome
desde mil quinientos ángulos
y esa yo riente y ya salvada
confesó que si quería
sentir calor de nuevo
murmurara un sí ligero
que gemí con infinito cuidado
así que se volvió tormenta
ahora alimenta mis entrañas
y yo no entiendo, pero veo
que la pena tiene otro color
cuando me abraza en el colchón
y ya casi no sabe amarga
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