huyes de todos.
hastiada de llorar por ella, hermana
lloras por ti.
dolida de escucharlos a ella, amiga,
me oyes a mí.
sabiendo que ella volverá, princesa,
cantas sin él.
molesta de no encontrarlo y perderlo sin buscarlo,
mujer,
corres por nadie.
porque nadie te dijo nunca
que la soledad era ese juego sucio
donde el silencio y la nostalgia horadan hasta el
aire,
corroen cada intersticio de tu tiempo,
señalan tus atisbos de perdida,
y denuncian a gritos y canallada tus maniobras de
emergencia
tus simulacros de sonrisas, tus ensayos de escape,
tus salidas en rojo y a escondidas.
porque nadie te dijo nunca
que esa especie de terrorismo metafísico
ese complot ideológico entre la ausencia y el
miedo,
esa zancadilla cósmica de dioses inexistentes,
de destinos espurios,
de horarios preestablecidos,
y academia necesaria,
esa mentira evidente, pero igual de verídica e insufrible.
esa llaga en tu historia universal,
ese vietnam,
esa Plaza de mayo o Tlatelolco,
esa cruz,
esa inaguantable cruz.
en fin amiga,
que esta putísima rutina indeseada,
se convertiría en causa y azar,
en juez y parte,
en director general,
en rector unívoco de lo que es y no puede ser,
en cazador de sueños y canciones,
en atrasador de relojes,
en asaltante de caminos,
en destripador de utopías,
en castrador de besos,
en extirpador de posibilidades.
en eso,
y en mil veces más,
se te ha convertido la agenda del día, mujer.
en un perro cerbero se transformado tu libro de
notas,
a una horca de suspiros asemeja tu diario íntimo.
el salitre que despiden tus mejillas me duele hasta
la muerte.
más tu, bruja del mediodía,
señalas el cielo,
y mágica y rayada me muestras tu destino.
un destino de alivios y torrentes,
de silencios y olvidos,
de Lucas nunca encontrado,
y Ménade siempre viva.
un camino de adiós, no sé si nos veremos,
de necesito olvidarlos y olvidarme
y perderme y que me perdonen,
un camino de tundra y gentes rubias y café desca-
feinado.
una peineta suspendida en la melena del tiempo
que no pasa,
pues es tiempo del olvido y del adiós en silencio.
una postal de Paul Klee o Delvaux o Toulose
enviada presurosa desde cualquier aeropuerto
con besos estampados en marcador de punta fina.
y yo tengo que decirte, hija de Lilith,
con todo el pesar de la vida que se me antoja eter-
na,
good bye my love,
buen viaje amor mío,
y agitaré una paloma en mi mano,
una paloma del adiós inevitable,
una paloma lánguida de nostalgias y soledades
compartidas,
porque dime si no es el reconocimiento de nues-
tros propios abismos,
yo del tuyo, tu del mío,
la supresión compartida y celebrada,
la pérdida de madrugadas y encrucijadas resbalosas
que nos descalabró los días, las noches,
los atardeceres.
dime, mujer, si el consenso de la rabia no fue espa-
cio propicio para acercarnos,
para cubrirnos las espaldas de los fariseos,
de la mentira concertadísima y premeditada,
de los verdugos que clamaban por nuestras cabezas,
de toda esa retahíla de absurdos y desconciertos
que como una ola feroz cayeron sobre los días.
(repito)
el salitre que despiden tus mejillas me duele hasta
la muerte.
los atardeceres.
dime, mujer, si el consenso de la rabia no fue espa-
cio propicio para acercarnos,
para cubrirnos las espaldas de los fariseos,
de la mentira concertadísima y premeditada,
de los verdugos que clamaban por nuestras cabezas,
de toda esa retahíla de absurdos y desconciertos
que como una ola feroz cayeron sobre los días.
(repito)
el salitre que despiden tus mejillas me duele hasta
la muerte.
quizá por eso sé de tu dolor
y de las razones aparentes y solapadas
de la partida.
quizá por eso, porque conozco tu exilio de siempre,
y el túnel de tus días (de estos de apocalipsis a fin
de mes)
soy solidario con tu causa,
soy anti-apartheid de tu vida,
soy ecologista de tus sueños,
coleccionista de tu embriaguez,
fanático de la música de tus manos,
extranjero en tu pasado,
pero aspirante a un futuro aunque sea digno,
narrador de tus mil y una noches, y quinientos días,
y otras razones que no enumero por no parecer
pedante.
pero, la más real y grosera
de todas las razones,
es que yo, mujer,
yo, este hombre,
es el viudo más fiel de tu ausencia,
próxima, inevitable,
el doliente acérrimo de tu trashumancia,
la mano que aún se agita en el puerto,
cuando el barco desaparece de vista.
y
(redundo)
el salitre que despiden tus mejillas me duele hasta
la muerte.
pero, compañera de infortunio,
quiero que sepas,
que aún no estando pero estando,
que faltando pero sobrando,
que aun muriendo pero viviendo,
que aun llorando pero riendo,
que aun vejada pero vengada,
que aun austera pero abundante,
que aun no-tú pero tú,
que aun yo pero nada;
yo,
pero, compañera de infortunio,
quiero que sepas,
que aún no estando pero estando,
que faltando pero sobrando,
que aun muriendo pero viviendo,
que aun llorando pero riendo,
que aun vejada pero vengada,
que aun austera pero abundante,
que aun no-tú pero tú,
que aun yo pero nada;
yo,
abajo firmante,
tomaré tu venganza,
aullaré hasta morir los gritos que nunca diste,
golpearé por ti a los imbéciles que nunca apuñeteaste.
tomaré tu venganza,
aullaré hasta morir los gritos que nunca diste,
golpearé por ti a los imbéciles que nunca apuñeteaste.
señalaré con el índice la traición mil veces delatada,
por ti y por mí,
pero mil veces consecuente.
tomaré sobre mis hombros tu dolor,
y atlas impasible caminaré entre el valle de los
muertos,
para espantar los fantasmas.
yo, mujer,
¡tomaré sobre mis hombros tu dolor!
yo, amiga
¡tomaré sobre mis hombros tu dolor!
yo, amada
¡tomaré sobre mis hombros tu dolor!
porque
(repito, redundo y finalmente concluyo)
el salitre que despiden tus mejillas me duele hasta
la muerte.
porque aunque,
cansada de huir de ti misma,
hastiada de llorar por ella,
dolida de escucharlos a ellos,
y molesta de no encontrarlo;
corres por nadie,
lloras por tí,
me oyes a mí.
y,
huyes de todos.
tú,
te estas yendo,
y yo,
cada vez más,
quedándome
solo.
-Jesús Ernesto Parra
(_plátanoverde)