en la penumbra del taller
desaparece el hombre triste
que lánguido e inapetente
no volvió a dormir de noche
desde el desenlace hiriente
que puso en su vida tu partida
y en la penumbra del taller
acaricia el hombre triste
los viejos instrumentos,
los viejos amores,
los viejos inventos,
y cada astilla es un destello,
mujer
cada engranaje, poesía
y él trabaja en silencio,
como si su noctámbulo yugo
como si su noctámbulo yugo
sirviera más que para alimentar
las ojeras que cada día más
llenan su vida
porque vuelan las horas, mujer
pero en la penumbra del taller
él sonríe con dulzura,
cierra el reloj
y le confiesa al tímido tictac
que desde que te fuiste
ya no se le mueve el tiempo
así que se condena cada noche
al eterno proceso de medirlo
para ver si así, en una intersección
en la punta de una aguja
en el giro de una rueda
o el hueco de un tornillo
encuentra otro motivo
para que desaparezcan los años,
los meses, los días
que se le antojan infinitos
desde que tú, mujer,
decidiste que te ibas
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